Quizás esté implantado bajo nuestra piel o forme parte de nuestra ropa, gafas o complementos. Lo que es seguro es que no ocupará mucho y no tendrá pantalla alguna. Se conectará a cualquiera de los dispositivos que llevemos encima. Nos susurrará al oído, y entenderá perfectamente lo que le digamos, incluso puede que lo que pensemos. Estará ahí para preguntarle ¿de verdad me ha dicho eso?
Conviviremos en simbiosis con una inteligencia artificial que formará parte de nuestro día a día. Puede parecer exagerado, pero hay que recordar lo poco que tardamos de pasar de un teléfono fijo, a disponer de un dispositivo que nos permitiera hablar en cualquier sitio, leer las noticias, tener una videollamada con nuestra familia, hacer fotos o compartir cualquier pensamiento con millones de personas, en unos segundos.
La era de la Inteligencia artificial se ha desatado y lo mismo que se aplica para jugadas de ajedrez o para gestionar los recursos de miles de trabajadores se puede aplicar a nuestras tareas personales, porque nuestra vida es mucho más compleja que una partida de ajedrez y cada vez es más difícil jugar sin ayuda. El Deep Learning es el campeón de la inteligencia artificial actual, que a diferencia de la del siglo pasado, se basa en la experiencia del análisis de cientos de miles de millones de problemas, dejando que la máquina, sin decirle nada, averigüe cuál es la mejor solución. Cuando le preguntamos a Alexa, Siri y compañía acerca de algo, no solo nos responde, sino que aprende de nosotros. Solo en España se vendieron 1,3 millones de asistentes de voz en las pasadas navidades. Amazon calcula un total de 100 millones de sistemas con Alexa ya funcionando en todo el mundo. El sistema de Google está activo en mil millones de Androids.
Unos y otros ya se frotan las manos con los datos de la consultora Deloitte para 2019: más de seis mil millones en ventas de asistentes, impulsados por el arranque del 5G.
Si a esto le sumamos historias que circulan por la red, como la de aquel chatbot desarrollado en Escocia que recomendó a un usuario que matase a sus padres adoptivos, es normal que algunas personas sientan cierta inquietud. Lo del aprendizaje automático está bien, pero si resulta que nuestro simpático asistente frecuenta los foros equivocados para aprender y se vuelve un macarra, sucede como con los hijos, que las malas compañías pueden darnos un susto.
La mayoría de las personas que crean tecnología no son conscientes de cómo se terminará empleando en un futuro. Tim Berners Lee pudo inventar la web, Diffie–Hellman pudo ser el precursor de los algoritmos de cifrado asimétrico, pero nadie supo ver cómo la combinación de todo ello ha derivado en el blockchain y la creación de la moneda digital y eso solo es la punta del iceberg. Ni Toffler ni Castells ni otros gurús nacionales y extranjeros han sabido ver los usos reales de lo que ya está inventado. Nadie se imagina ahora adónde llegará la inteligencia artificial en los próximos años. Mientras alguien nos enseña el camino, figuras capaces de llevarnos a las estrellas como Elon Musk o Stephen Hawking nos meten miedo sobre los peligros de la inteligencia artificial. Ya lo dijo Einstein: “La imaginación es más importante que el conocimiento”.
La energía atómica es un buen ejemplo de cómo puede cambiar la sociedad. Hace no más de 80 años, se utilizaba el radio para pintar las marcas de los relojes y que se vieran en la oscuridad. Cientos de aquellas personas murieron a causa de la radiación. Algunas bombas atómicas después, todavía estamos investigando para alcanzar un punto donde la energía, limpia, ilimitada y prácticamente gratuita de la fusión nuclear cambie el destino de la humanidad
Conocerá nuestro estado de ánimo
En la inteligencia artificial todavía estamos limpiando pelusas debajo de la cama y consultando la temperatura a un altavoz parlante. Mañana el espejo del baño nos dará consejos sobre el peinado, la tostadora nos informará de la poca fibra de nuestra tostada, y a los despistados como yo, la puerta nos avisará al salir de que no nos hemos tomado las pastillas del día. Poco a poco, el ser humano irá cediendo parcelas de su intimidad a la tecnología. Hasta el punto de que la tecnología evalúe nuestro estado de ánimo por la forma en la que hablamos. No pasará mucho tiempo hasta que los inocentes asistentes de voz no sólo conozcan nuestros gustos, si no también cuando estamos deprimidos o necesitamos unas palabras de ánimo.
Si nos da reparo en pensar la pérdida de privacidad que tiene un oído que todo lo oye y nos juzga a millones de opiniones por segundo, pensemos en la trayectoria de Facebook: inicialmente un catálogo de personas para compartir información en un campus universitario, que ha hecho realidad sin mucho esfuerzo el sueño húmedo de cualquier tirano del siglo XX. Ni siquiera Orwell se atrevió a imaginar un futuro donde nosotros mismos exhibiéramos sin pudor nuestras vidas al Gran Hermano, ejerciendo de censores al mismo.
Ya existen diversas aseguradoras que ofrecen descuentos a sus clientes por instalar un sistema inteligente que acompaña a los conductores para saber si son buenos y prudentes, merecedores de una póliza con descuento. Pronto, muy pronto, dispondremos de inteligencias artificiales que lean nuestros correos, escuchen nuestras llamadas para aplicarnos alguna bonificación.
No es difícil imaginar un mundo donde el sistema de salud nacional disponga de un sistema similar, al igual que nuestros empleadores, para medir nuestra productividad. De esta manera, cada empresa podrá ofrecernos ventajas por compartir trozos de nuestra intimidad. La vida digital nos abrió la puerta a un mundo nuevo de posibilidades. Pero también es cierto que el ecosistema digital hace que sea difícil evitar que tarde o temprano nos supere una realidad ante la que estamos casi indefensos. Existirán inteligencias artificiales que nos estafen, spambots inteligentes, como ratas.
Todo comenzó en los años 50
La inteligencia artificial no es nueva, desde los años 50 intenta solucionar problemas desde diferentes aproximaciones. La mayoría de los problemas teóricos se basan en reglas y límites, cuando todos sabemos que la vida real es una bruma difusa de lo que es posible y lo que no. Por eso muchos no pueden concebir una inteligencia artificial que nos ayude a ser humanos conectados, porque no entienden que para poder llegar a eso, tendremos que mostrar nuestra humanidad a una máquina, para que aprenda lo que significa ser humano.
El deep learning es una forma avanzada de inteligencia artificial que permite aprender de sí misma, de lo que ve y observa. Una inteligencia que aprende, a falta de instinto, por observación, imitación, prueba y error. Lo mismo que hacen nuestros hijos pequeños.
Cada app nueva, cada dispositivo conectado, cada servicio online, nos ofrece un canal de información que debemos aprender a manejar y procesar. La capacidad del ser humano para abarcar varias tareas de forma simultánea no es muy buena, necesitamos ayuda urgentemente, porque si antes los sistemas digitales eran algo opcional, cada vez estarán más impuestos en nuestras vidas cotidianas.
Los cajeros automáticos llegaron como una anécdota. Hoy día la banca digital ha devorado a la banca tradicional. El cambio llega y arrolla a aquellos que no se suben a la ola. Llegará un momento que la sociedad se dividirá entre los que saben usar la tecnología y los que no. Se lo dice un ingeniero, un tecnólogo que nació con una cierta capacidad para entender la tecnología, y que cada vez se siente más forastero en una tierra inhóspita.
No se trata de enamorarnos de nuestro asistente personal, no se trata de que nos robe los amigos, suplantándonos en Facebook, pero quizás sepa mejor que nosotros cuándo decir basta, o cuándo no hacer determinado chiste. Lo sabrá porque nosotros se lo habremos enseñado, compartiendo nuestras vidas. Gracias a ellos recuperaremos nuestra humanidad, contraatacando tecnología con tecnología. Será nuestro escudo y si es necesario, nuestra espada en un mundo digital que dejó de ser una masa de pixels para ser más vívido que la propia realidad.
Hemos aprendido a enamorarnos por internet, y a hacer amigos en la red, pero en esos campos sin puertas del ciberespacio muchas veces caminamos solos ¿por qué no adoptar a un amigo digital que nos acompañe durante nuestras vidas?, ¿alguien que nos pueda guiar en un mundo cada vez más vasto y complejo?
Las aplicaciones serán infinitas como asistentes personales en redes sociales especializadas para el trabajo, pareja, viajes, aficiones, etc. También gestionará nuestro tiempo, recordándonos nuestros propios límites. Siempre, estará ahí, aprendiendo de nosotros, para sacar lo mejor de nosotros mismos, recordándonos quienes somos.